martes, 25 de junio de 2013

Maniático quizás porque está cansado, Nadie viene al Restaurante Regional. Está pagando el Viña Chechu de ayer con el Viña Canda de hoy. El Viña Chechu de ayer hizo que se levantara hoy a las ocho de la mañana: Nadie no quiere perdonar los setenta y cuatro euros a Hacienda, que somos todos pero algunos lo son menos y otros nada, en dirección proporcional a mucho, no sabe Nadie si se explica. El camarero habla del clima de Quito, semejante al de Nada. El camarero está, por tanto, identificado: ecuatoriano. Las mujeres están contentas en el restaurante. El alcohol. Hay una, sin embargo, a la que el alcohol y mil años de matrimonio han enemistado con el marido, que mira mucho a Nadie, ella también. Nadie también los mira, mira a ese matrimonio que espera prematuramente la llegada por fin de la muerte. Muchos -muchas- miran hoy a Nadie. Ella, ante el altar, habrá tenido cierta belleza, su porqué, que eso Nadie se lo deja al marido de ella, mas ahora, a día de hoy, esta noche la mujer es propiamente por voz y por faz el hombre del saco, tan fea y desgraciada que consigue dar pena. La tristeza afea al feo y embellece al bello. Qué hija de puta la tristeza. Qué hijo de puta todo. Somos definitivamente una mierda que cree en la existencia de Dios para sentirse al menos aparato excretor; somos una cagada más del universo multiverso. El de Quito controla la del Altísimo lo de la atención al cliente. El de Quito quiere ganarse la propina. El de Quito, después, te la mete en la minuta. Nadie quería haber escrito de tercero de EGB y terminó yendo por los cerros de Quito, más fáciles. Nadie, en tal caso, habría escrito del paso del A2 al A, menos comprometido. Nadie, finalmente, nos ha presentado una reflexión del excremento y la muerte. 

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