martes, 23 de abril de 2013





El Barcelona, según lo previsto, está recibiendo la del pulpo en Munich. El restaurante regional, otrora de bote en bote, sufre la crisis, Nadie el único que va a cenar, tan rico él, tan funcionario (de ventanilla). El dueño del restaurante regional tira de camarero sud o centroamericano.

-Caballero, cuidado: llega el ave.

Pollo al ajillo.

Juraría Nadie que el pollo ha perdido color, aunque ganado en abundancia. El Barça palma por cuatro a cero y las semanas de Nadie transcurren entre pollo y pollo al ajillo y pinchos de pollo al mediodía. Tiene esta noche el pollo un recuerdo de calamares fritos. La cocinera, negra, ha usado el mismo aceite. Regional ya sólo queda el dueño. La ración ha sido cocinada de mala gana o al cierre.

Descartadas las mujeres del entorno de Nadie, doña AK ha resultado ser extraña, una mujer que en su día toparía con el blog y dejó un comentario al paso, nada más, un cruce cibernético. Hay quienes prefieren no leer a Nadie, las hay que prefieren Facebook; los hay, Nadie, que prefieren no leer a nadie. Nadie (hoy debió de ser el gilidía del libro) no lee para evitar la aparición de la hidra. De todas formas, el libro está sobrevalorado. Hay libros y hay libros, como en todo. Y se puede leer sin la tontería del tacto y el olor del papel impreso cosido o pegado con forma de libro. A Nadie no le gusta la gente que atesora libros, como no le gusta la gente que atesora objetos otros. Los libros, además, atesoran mierda, polvo y mierda. Ve bien Nadie a quienes acuden a las bibliotecas públicas, que es lo que hace don Adelmo. Se lee, se devuelve el libro para que quien guste pueda leerlo. Esos lectores sí, qué coño, no quienes almacenan mierda en anaqueles, los putos bibliófilos o bibliómanos que confunden a Proust con un prisma. Sí, el libro dura más que un DVD, pero en las bibliotecas. Bibliotecas públicas. Más bibliotecas públicas. Pero, claro, los editores. Que les den por el culo a los editores. El escritor que escriba un libro y luego que me lo venda, él, por cinco euros, divaga Nadie. Nadie se lo compra sin pestañear. Hay que hacer uso del lector de tinta electrónica, muerto de risa sobre la mesita de noche. Nadie se caga de la risa de cuando tenía nombre tierno y confundió literatura con libro, juicio, sentencia y condena. Ahora es tarde. La existencia hasta Nadie fue la inexistencia de la falsedad, un título universitario tan falso en intercambio como una moneda de chocolate. Nadie se mea en quienes ostentan orgullosos títulos académicos, sobre todos ellos los inservibles, esos gilitítulos llamados de humanidades. Quien se esté confundiendo con estas palabras que se pegue una ducha, escribe Nadie, que se cura en salud. El más honesto título hasta la ESO era el del bachiller Sansón Carrasco.

-¿Está usted escribiendo un libro? -le pregunta a Nadie el camarero sud o centroamericano.
-No. Estoy escribiendo una carta de amor ausente.


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